El concepto de sepultura está estrechamente ligado a la sociedad que la erige. La que construyó el cementerio de La Planilla es una sociedad incipientemente burguesa, con un importante substrato agrícola pero con una pujante industria conservera que sienta las bases de otras industrias y comercios a la vez que precisa de un sector obrero creciente. Y es la burguesía elitista y adinerada la que siente la necesidad de personalizar y monumentalizar la muerte como expresión del individuo, por lo que promovió la construcción de la sepultura personal para, por medio de la expresión artística, lograr un doble objetivo: por un lado, demostrar la importancia social y económica de la familia, incluso más allá de la muerte, y, por otro, mantener viva la memoria del difunto como medio para alcanzar la inmortalidad.
Esta concepción da origen a las sepulturas artísticas, que deben entenderse como auténticos monumentos funerarios de carácter personal o familiar. En ellas van a ser frecuentes las esculturas, las alegorías. El cementerio decimonónico es abigarrado, con sepulturas bellamente decoradas y un lenguaje formal ampuloso y exagerado propio de una sociedad que juzga actitudes y otorga gran importancia a la apariencia. La muerte es pura retórica y el cementerio, el lugar donde se olvida la muerte y se recuerda de la vida. Las sepulturas están en venta, surge el concepto de cesión del terreno a perpetuidad y esto garantiza los fondos necesarios para el mantenimiento del camposanto. Las sepulturas se disponen de manera ordenada, con sepulcros de primera y segunda clase en los ejes ortogonales, del mismo modo que los palacios y grandes mansiones burguesas se construyen en las calles principales del ensanche, manifestando la jerarquización social por medio de panteones, mausoleos, lápidas y esculturas. Los cementerios reproducen así la ciudad de los vivos.