Las sepulturas tienen algunas características que debemos valorar. Al concebirse la sepultura como monumento, utiliza algunos recursos de los monumentos públicos, por ejemplo la ubicación elevada de las imágenes y el cerramiento del perímetro, que tienen consecuencias escenográficas puesto que obligan al espectador a adoptar un punto de vista determinado.
Otra característica generalizada incluso en los ejemplares más recientes es la utilización de la piedra como material básico, debido a que la sepultura pretende perpetuar la memoria del fallecido y esto no puede conseguirse empleando materiales perecederos. A esto hay que añadir las connotaciones simbólicas de la piedra como expresión de la perdurabilidad.
Por último, hay que señalar la larga pervivencia de los modelos. El arte fúnebre es convencional y tradicional en el sentido de que mantiene las formas mientras éstas sigan siendo funcionales. Si se pretenden los mismos objetivos (expresar un sentimiento y perpetuar la memoria) es muy fácil utilizar el mismo lenguaje formal que en el pasado, pleno de símbolos y recursos que todo el mundo puede comprender.
Pero este conservadurismo de las formas se debe también a la forma de difusión y contratación de los sepulcros. Ya en la primera mitad del siglo XIX comenzaron a aparecer libros y descripciones de cementerios, en las que se reproducían algunas sepulturas por medio de grabados. Eran también muy frecuentes las cartillas de ornamentación, utilizadas por escultores y marmolistas, y no podemos olvidar los catálogos de las propias empresas, que permitían la contratación a distancia gracias al telégrafo, el teléfono y el ferrocarril. Por supuesto, las revistas ilustradas jugaron un papel fundamental en el conocimiento de estos monumentos y con la popularización de la fotografía fueron los mismos escultores los que elaboraron sus propios catálogos, puestos a disposición de los clientes. En este sentido, la publicidad se convirtió en otro modo de difundir algunos modelos.