Tras la guerra, el arte fúnebre entra definitivamente en la dinámica mercantil. Los valores simbólicos y representativos desaparecen paulatinamente y priman sencillez y severidad, por lo que podría decirse que la tendencia sobria y anicónica del racionalismo tiene su prolongación hasta finales de los años 60. La producción es seriada y repite unos pocos modelos básicos de cruces en piedra artificial, algunos de ellos incluyendo la escultura figurativa. Generalmente son obra de dos empresas locales: Mosaicos Solana e Industrias Gutiérrez.
El relativo despegue económico en la década de los años 50 y durante los 60 permite la aparición de nuevos modelos más complejos y ornamentales: reaparecen columnas y frontones muy simplificados y son habituales las cabeceras con una pequeña hornacina en la que colocar una imagen de devoción. En general son sepulturas insulsas y repetitivas, de relativo interés artístico, que en algunas ocasiones incorporan la imagen escultórica y son claramente retardatarias en las cabeceras neogóticas.